Algunas personas piensan que la vida es tan compleja. Que es más compleja de lo que parece. Nadie nunca se va a lo simple, a lo mundano, y lo aprecia por lo que es: esencial. Como el fuego. Es increíble lo mucho que se puede crear al quemar un poco de gasolina.
Luis nunca me quiso. Yo siempre lo quise a él. El problema era claro, la solución, no tanto.
Ramón, el compañero de cuarto de Luis, estudiaba química, al igual que yo, y era el mejor de su clase, estábamos dando octanaje y él había comprado varios litros de gasolina, de diferentes octanajes, para estudiarlos por su cuenta. Overachiever dicen algunos, yo diría que tenía visión. Habría sido fácil enamorarme de él, pero la gasolina no quema al echarle más gasolina, sino al echarla al fuego. Ramón me caía bien hasta que le oí hablar mal de mi con Luis. Pero lo dejé pasar. Nunca he sido una persona muy compleja.
Laura, la novia de Luis, estudiaba para ser piloto. Luis aún guardaba las turbinas, lo único que sobrevivió del avión a escala que él le había regalado cuando empezaron su relación. Siempre peleaban, y en una de esas peleas, el pobre avión pagó con su vida el precio de algo en lo que él nunca estuvo involucrado. Irónico. Yo nunca me opuse a que guardara este memento a la histeria de Laura, nunca me opuse o estuve a favor de nada de lo que él hiciera. Yo sólo lo amé. Sencillamente. Sin complejidades.
Odio a estos guardias. Ninguno fuma.
Amaba cocinarle. Él siempre disfrutaba mi pasteles, aunque estuvieran un poco quemados. La gasolina le da un sabor especial a la comida, jamás podría cocinar en un horno convencional.
Tres palabras bastan para cambiar la vida de una persona por completo. "Terminé con Laura" fueron mis tres palabras, mi motivación; mi gasolina.
Al día siguiente dejé otro pastel en su puerta, como cada viernes. Amaba verlo regresar agotado de sus viernes con sus amigos, y la sonrisa que se dibujaba en su cara al ver el pastel; ya no comía cuando salía, sabía que yo en casa le esperaba su pastel de cada viernes. Nunca me opuse a sus viernes de hombre tampoco. Nunca me opuse ni estuve a favor de nada. Yo sólo seguía. Él era mi gasolina, yo en él sólo buscaba combustión.
A la mañana siguiente, el pastel seguía allí.
"No llegó" pensé. "Quizá se quedó dormido de nuevo en el bar" Era común, ya otras veces habíamos disfrutado un paseo sabatino del bar a su cama. Siempre ha tenido el sueño tan profundo, nunca lo recordaba al día siguiente. Yo lo dejaba pasar. Nunca he sido una persona compleja.
Salí a buscarlo. Era una mañana hermosa, como todas. El sol quemaba su camino desde el vacío del espacio hasta mi piel, sentir su calor me hizo sentir más viva, como si su calor convirtiera mi sangre en gasolina, gasolina que corría a la velocidad de la luz por mis venas, quemándose en mi pecho, generándome un grato ardor.
Pero pronto lo grato se volvió desagradable.
Allí estaba yo, bajando las escaleras, y allí venía él, subiéndolas. Con ella.
Nunca entendí por qué me encerraron aquí. A mi siempre me gustó la gasolina. Todos lo sabían. De chica nos tuvimos que mudar varias veces. Siempre eran casas de madera. A todos les gusta quemar.
Prendí la turbina primero, pero pronto la apagué. Preferí conservarla. Una especie de recuerdo, tenía su olor. Amaba su perfume, era barato, mucho alcohol...bastante inflamable.
Lo siento, Ramón. Quemé toda tu gasolina. No pude evitarlo, me encanta la gasolina.
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Esta historia fue inspirada en al canción "Gasolina" de Daddy Yankee, y es el primero de varias historias que planeo crear con canciones aleatorias que me dará gente o sacaré de por ahí. Es mi forma de crearme inspiración en todo momento. Espero les haya gustado y les gusten los próximos.
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