No hacen falta sillas, camas, ni respaldares ortopédicos. Ya no necesito médicos, ya no hacen falta flores. Ya el silencio reemplazó a ese tambor pectoral, que tocabas agitadamente sin tus manos cada noche en la cama, o con cada llamada a medio día, o con cada 'buenos días' por la mañana.
El sol que una vez creó en ti mi clorofila ya no le hizo falta a este sapo sin riachuelo para saltar al otro lado sin temor.
Ya la carne marchita, cual lirio de día, ha venido a sucumbir -¿al fin?- ante el clemente verdugo del tiempo. Se acabó la agonía, los ojos tristes y el llanto mal callado.
Saliendo tu siempre victoriosa, y yo amando ante ti perder, ya mi armadura después de la tuya vio su último atardecer.
Ya ha terminado lo banal, y hemos vuelto a estar unidos, más allá de los latidos y la razón, de vuelta a aquel universo paralelo, ajeno, que nunca cambió con nuestra carne, que nunca cedió al tiempo y que eternamente arde en el infinito, donde nadie escuchará nuestros gritos ni carcajadas, donde sólo se encuentran nuestras miradas, donde nada nunca muere.
Fuimos sólo lo que pudimos ser: un tornado de emociones, dos arroces solos en un saco de frijoles. Somos los puntos suspensivos que Sabina alguna vez cantó. Somos la pérdida de sentido que llevó a la razón...y a la mierda los frijoles.
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